Primera
parte. La pornografía
Natalia Lach Lachowicz, Consumer Art, 1975 |
El arte
contemporáneo debe continuamente enfrentar el desafío de conservar sus
distinciones con respecto
a las imágenes mediáticas. Esta aseveración es de por sí discutible, ya
que no
les falta razón a quienes afirman que el arte es, en sí mismo, un
producto
mediático. La antigua oposición entre arte y cultura de masas, o
industria cultural -como la llamaba Adorno- parece cada vez más
inoperante. A estas altura, las distinciones entre
las imágenes mediáticas y las creaciones artísticas son difíciles
de precisar, al menos si uno
permanece apegado a las superficies visuales, en un plano meramente
formal o
estructural. Pensar que el arte actual es novedoso, en contraste con la
industria cultural -que supuestamente repite fórmulas que han demostrado
ser exitosas- es una
simplificación. Gran parte de las creaciones de las úlltimas cuatro
décadas se basan repeticiones, cuando no en apropiaciones y parodias de
obras del pasado, y el gesto mismo de la cita o la referencia es un
procedimiento más
o menos exitoso y consolidado.
El arte
sigue conservando sus diferencias en otro ámbito por completo distinto:
el de
su inserción dentro de un circuito, hiperprotegido y en muchos aspectos
artificialmente
hermético, donde es legitimado y reconocido como arte. Es decir, las
obras participan de un sistema donde las imágenes adquieren funciones
distintas a las que poseen en la industria del entretenimiento, la
publicidad y el
consumo. Esto es algo
bastante conocido. Sabemos, por ejemplo, que uno de los automóviles
comprimidos
del artista francés Cesar se distingue de las chatarras que pueden
encontrarse
en un basurero sobre todo por la autoridad del creador y por su
legitimación
dentro del espacio institucional del arte.
Sin embargo, este circuito a su vez forma parte de la cultura mediática. Hace ya medio siglo, el crítico de arte norteamericano Harold Rosenberg afirmaba, en El arte y sus dobles, que las revistas, el museo y las galerías eran parte de los mass-media. Algunas muestras de grandes instituciones han enfatizado este contagio del museo con la industria del entretenimiento y la publicidad. Pensemos en las exposiciones que dedicó el Guggenheim Museum a las motocicletas y a la colección Armani , o la que el Metropolitan Museum of Art dedicó a Jackie Kennedy, en el 2001. Desde hace mucho tiempo una exposición de Matisse o de Picasso son acontecimientos mediáticos, de un éxito innegable, al igual que muchas de las manifestaciones de arte público, como las obras de Christo,o los performances de Marina Abramovic, que en otro momento aspiraban a integrar el arte a la vida. El arte, como lo han demostrado artistas como Warhol, Basquiat, Hirst, Tracey Emin y Jeff Koons, tiene también sus versiones ‘artísticas’ de Paris Hilton, Madonna y Lindsay Lohan.
Sin embargo, este circuito a su vez forma parte de la cultura mediática. Hace ya medio siglo, el crítico de arte norteamericano Harold Rosenberg afirmaba, en El arte y sus dobles, que las revistas, el museo y las galerías eran parte de los mass-media. Algunas muestras de grandes instituciones han enfatizado este contagio del museo con la industria del entretenimiento y la publicidad. Pensemos en las exposiciones que dedicó el Guggenheim Museum a las motocicletas y a la colección Armani , o la que el Metropolitan Museum of Art dedicó a Jackie Kennedy, en el 2001. Desde hace mucho tiempo una exposición de Matisse o de Picasso son acontecimientos mediáticos, de un éxito innegable, al igual que muchas de las manifestaciones de arte público, como las obras de Christo,o los performances de Marina Abramovic, que en otro momento aspiraban a integrar el arte a la vida. El arte, como lo han demostrado artistas como Warhol, Basquiat, Hirst, Tracey Emin y Jeff Koons, tiene también sus versiones ‘artísticas’ de Paris Hilton, Madonna y Lindsay Lohan.
La diferencia del arte consiste en que participa de la cultura mediática contemporánea
afirmándose a sí mismo como algo distinto a las imágenes
divulgadas por la industria del entretenimiento. Su singularidad no reside tanto
en atribuirse sentidos más complejos, más plurales y abiertos; como en establecer
un diálogo con respecto al arte del pasado y al del presente.
Las imágenes artísticas también se presentan como obras que poseen un
carácter irrepetible, efímero o de una reducida reproductividad. (que les
permite conservar su valor como mercancía). Algunos artistas, como
Seth Price, han jugado con la posibilidad de destruir este carácter limitado;
pero lo hacen a sabiendas de producir un experimento en sí mismo exclusivo y
novedoso, donde emerge la figura del autor como el encargado de poner la
noción de ‘aura’ o de objeto único entre signos de interrogación.
Franz Von Bayros, Amantes elegantes, 1907 |
El erotismo
y la sexualidad fueron tradicionalmente motivos asumidos por la obra de
arte. A
veces se trató de representaciones escandalosas –como las pinturas de
Courbet y Manet-, a veces de obras prohibidas o que circularon
clandestinamente, como
las novelas de Sade y muchos de los libros con ilustraciones
pornográficas
entre los siglos XVI y XIX. Pero la imaginería
erótica era, en gran medida, un dominio del
arte y la literatura. Esto
comenzó a cambiar con la aparición de la fotografía, que en sus inicios
no fue considerada como arte, y con el desarrollo del mundo
del espectáculo, en la segunda mitad del siglo XIX. En la actualidad el
erotismo y la sexualidad pertenecen de lleno
al ámbito de la cultura de masas. Tanto es así que, como ha afirmado con
frecuencia el pensador esloveno Slavoj Zizek, el imperativo moral del
mundo
contemporáneo es la exigencia de disfrutar. Si en el pasado la
satisfacción del
deseo sexual generaba complejos de culpa; en la actualidad lo que suele
suscitar remordimientos es la impresión de no haber experimentado el
suficiente
placer. Si el psicoanálisis clásico hablaba de la sublimación como un
proceso
doloroso, donde el individuo domesticaba y refinaba las compulsiones
sexuales,
mientras producía elevados valores culturales y engendraba síntomas
neuróticos;
en los años sesenta el pensador francés Herbert Marcuse, encontraba pertinente
acudir al término ‘desublimación represiva’.
Es decir, la incitación a disfrutar de una sexualidad, impuesta como un mecanismo
de poder que, según creía Marcuse, enajenaría al proletariado de la crítica al
capitalismo y la toma de consciencia de clase, obstruyendo la posibilidad de la
revolución social en un momento en que, gracias a los avances sociales y
tecnológicos, los obreros poseían un mayor tiempo libre y, por ende, una mayor
capacidad para conocer los resortes opresivos del capital.
Ilustración del libro Juliete del Marqués de Sade, 1797
|
Si en el
pasado el erotismo era un motivo propio de las representaciones artísticas, y
poseía un carácter emancipador, cuando no libertino; en la actualidad las
imágenes mediáticas producen una abrumadora cantidad de representaciones eróticas, que tienen según muchos
autores (y no sólo de acuerdo con marxistas como Marcuse y Zizeck) un carácter
represivo.No
hay dudas que el erotismo en el arte contemporáneo ha cumplido la misma función
de llamar la atención que tiene en el ámbito mediático. ¿Cómo, entonces,
podría el arte proponer imágenes sexuales que se distingan de las que produce
la publicidad, el cine comercial y la pornografía? ¿Qué podrían
tener de liberadoras dichas imágenes?
Lynda Benglis, Anuncio para ArtForum, Nov. 1974 |
Una de las
posibilidades consiste en llevar las imágenes sexuales de la cultura de masas
al circuito del arte. Lo que se conmociona es precisamente el circuito de
distribución del arte. Al mismo tiempo que se dejan entrever cuán difusos pueden ser
los límites entre las imágenes mediáticas y la alta cultura. Un formidable ejemplo lo
constituye la página publicitaria que la artista norteamericana Lynda Benglis
creó para la revista ArtForum, en 1974. Benglis se mostraba desnuda, con su
mano sujetando un inmenso consolador. Es curioso que mientras gran parte del arte
contemporáneo aspira a escandalizar, las revistas de arte suelen ser bastante
comedidas. Mediaciones que atenúan la provocación, y, al mismo tiempo,
la propagan. Benglis y ArtForum se propusieron perturbar al mundo artístico al
presentar una imagen marcadamente obscena. La artista se servía de la pornografía –tradicionalmente
asociada a la mirada masculina- para,
como afirmara la propia autora, burlarse de ambos sexos.
Un procedimiento similar emplea la menos
conocida artista polaca Natalia Lach Lachowicz (nacida en 1937). En su serie de fotografías titulada Consumer Art -exhibidas por
vez primera en la IX Bienal de París, en 1975- Lach-Lachowicz se autorretrata
como un objeto sexual, que se somete a la mirada masculina, como una imagen para
ser consumida, sin tal vez dejar de experimentar placer. Lach-Lachowicz no se
identifica con los feminismos radicales y, por ende, no se representa a sí misma
como una figura atormentada o pretendidamente obediente. Podría parecer sorprendente que su serie
de fotografías fuese la representación del gobierno polaco para el evento
parisino.
Natalia Lach-Lachowicz, Post Consumer Art, 1975 |
El título de las obras, con la supuesta crítica al capitalismo, habría podido ser un subterfugio para saltarse
las censuras. O quizás se trataba de esas aperturas ocasionales que se
permitieron los socialismos de Europa del Este.
El pintor Vladimir Dubossarsky, uno de los exponentes del denominado arte Post-Comunista, aprovecha las imágenes pornográficas para incluirlas en formas y recursos retóricos del realismo socialista. En su lienzo Celebración de la cosecha (1995),el trabajo es sustituido por la bacanal. Dubossarsky, procura crear obras en las que explota los puntos en común entre el pop y el realismo socialista.
El pintor Vladimir Dubossarsky, uno de los exponentes del denominado arte Post-Comunista, aprovecha las imágenes pornográficas para incluirlas en formas y recursos retóricos del realismo socialista. En su lienzo Celebración de la cosecha (1995),el trabajo es sustituido por la bacanal. Dubossarsky, procura crear obras en las que explota los puntos en común entre el pop y el realismo socialista.
Vladimir Dubossarsky, Celebración de la cosecha, 1995 |
Una conocida figura que acudió a imágenes pornográficas para celebrar el placer
sexual y trastocar el escenario artístico
fue Jeff Koons. Cuesta trabajo separar entre el afán de alcanzar reconocimiento, el
narcisismo y sus coqueteos con el mal gusto.
Jeff Koons, Hand on Breast (la mano en la teta) de la serie Made in Heaven, 1990 |
En un arte
que suele llamarse arte Post-feminista, abiertamente en contra de las
militancias
más radicales, la representación de imágenes sexuales ha supuesto una
vuelta al
erotismo, caracterizado por el humor, la fantasía, las sutiles
deformaciones, encaminadas a
crear efectos grotescos, relacionados con una celebración del placer en
lo que posee de
autonomía y de crítica frente a los feminismos extremos. También son
esfuerzos por rescatar la pintura, por actualizarla con referencias a
imágenes
salidas del mundo porno o de la ilustración. Tal es el caso de los
lienzos de la pintora
norteamericana Lisa Yuskavage (nacida en 1961). En sus trabajos el
erotismo tiene que ver
con el ensueño, con la fantasía y hay
elementos del comic y mezclados con un gusto intencionalmente cursi.
Lisa Yuskavage, Pintura. |
Terminaré
este primer segmento con un enlace a un texto anterior sobre el pintor John
Currin, quien al igual que los artistas anteriormente mencionados, acude al
lenguaje de la pornografía. Para leer el
texto sobre Currin, hacer clic aquí.
Para leer la segunda parte de este texto ir a este enlace
Para leer la segunda parte de este texto ir a este enlace
ENLACES/FUENTES:
http://lapizynube.blogspot.com.ar/2012/05/arte-contemporaneo-y-erotismo.html
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