En mi entrada anterior
comenté a algunos autores que en sus obras evocaban imágenes mediáticas de
cargado contenido sexual. En este
segundo post me referiré a poéticas que acuden a lo grotesco, lo macabro y lo
cruel como un esfuerzo por separarse de las visiones edulcoradas, sensuales o
excitantes que, de forma más o menos explícita, prevalecen en los medios de
difusión masiva.
Un motivo
frecuente en estas obras es el empleo de muñecas
–o figuras que recuerdan a personajes sacados de cuentos infantiles-
para representar un mundo de una sexualidad chocante, obsesiva y muchas
veces sádica.
La muñeca, como es bien sabido, es un juguete que desempeña una clara función de género. Las niñas ensayan los futuros cuidados maternos en esas réplicas de seres humanos. La fantasía infantil les
confiere un poco de vida a esos remedos de cuerpos que admiten ser vestidos y acunados, que están provistos de brazos, piernas y cabezas móviles, de párpados que podrían abrirse y
cerrarse. Para un adulto, que se ha disociado de esas ficciones, una muñeca podría ser un objeto macabro y hasta monstruoso: una figura humana inerte,
que hace pensar en la deformidad física, en la desnudez y en inusuales
experiencias eróticas. Un adulto podría ver a una muñeca, no ya como
una criatura que demanda cuidados maternos -como los que suelen brindársele en
los juegos infantiles- sino con un ser grotescamente cosificado.
Hans Bellmer, Muñeca, 1935-1936 |
Posiblemente
no sea casual que el artista alemán Hans Bellmer iniciara su serie de muñecas en 1933, en el mismo año en que el Nacional Socialismo
ascendió al poder. Las muñecas de Bellmer se han visto como
protestas contra el culto al hombre ario y contra las muchas y horrendas estatuas
que produjeron los artistas nazis. Las muñecas
mutiladas,
atrofiadas, formando cuerpos absurdos, son contemporáneas de las
prácticas de
la eutanasia y los experimentos con seres humanos ensayados por los
médicos
fascistas. Pero reducir la obra de Bellmer a una crítica política es
privarla de gran parte de su encanto. Los surrealistas quedaron
cautivados por la cualidad sexual de
estas figuras, evidentemente próximas a uno de sus autores de culto: el
Marqués
de Sade.
Jake y Dinos Chapman, Zygotic Acceleration, Biogenetic Desublimated Libidinal Model, 1995 |
Los
hermanos Jake y Dinos Chapman podrían considerarse como unos continuadores de
la obra de Bellmer. Sus trabajos, hechos
con maniquíes de niños,
que llevan falos por cuernos o
narices y bocas como vaginas o anos, son imágenes que aparecen al mismo
tiempo que se descubren las clonaciones. Creaciones contemporáneas
con los
acelerados hallazgos genéticos y de un mundo que muchos perciben como
apocalíptico. Jake y Dinos Chapman muestran conjuntos siniestros, donde
las imágenes de la infancia poseen una violencia fría, que se expresa en
la deformidad física.
Paul McCarthy, The Saloon, 1995-96, técnica mixta, vista de la instalación. |
El artista norteamericano Paul McCarthy compone obras grotescas, de una sexualidad descarnada. Muñecas como pimp up girls, políticos como Bill Clinton o George Bush copulando con cerdos, inmersos en la inmundicia, exhibiendo sus carcajadas groseras.
Paul McCarthy, “Paula Jones”, 2007. |
En 1969 el
escultor británico Allen Jones concibió estas figuras femeninas, como objetos
domésticos, que participan de alguna relación masoquista. Como era de
esperarse, las obras de Jones fueron muy criticadas por las feministas.
Allen Jones, Chair, 1969 |
La artista
inglesa Sarah Lucas hizo versiones burlonas de las mujeres-muebles de Allen
Jones. Sillas con piernas abiertas, como si fueran muñecas de trapo.
Pero en contra de lo que pueda suponerse, Lucas ha dicho admirar la obra de
Jones.
Sarah Lucas, Make Love, 2012 |
Annette Messager, Articulés-désarticulés, 2002
|
Para la
creadora francesa Annette Messager, los cuentos infantiles son historias
horribles. Ella juega con lo macabro que poseen los muñecos de trapo,
en instalaciones donde las figuras parecen flotar en el espacio, evocando un
imaginario que mezcla la magia negra con el mundo infantil, los muñecos mutilados con la sexualidad. Un mundo también para reír. Porque en mi
opinión estos autores también aspiran a provocar la risa, más allá de agitar los prejuicios del espectador.
VanessaBeecroft
es otra cara de la moneda. La artista transforma a las modelos en
maniquíes, en seres cosificados que deben permanecer inmóviles durante
la muestra, sin poder
comunicarse con el público.
Vanesa Beecroft en el Guggenheim Museum, 1998 |
Para leer la tercera parte ir a este enlace.
ENLACES/FUENTES:
http://lapizynube.blogspot.com.ar/2012/05/arte-contemporaneo-y-erotismo_21.html
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